El día de hoy se celebra
la Pascua. De alguna manera toda esta celebración mira hacia la ciudad eterna,
Roma, y muy particularmente al templo que es centro de la cristiandad católica:
la Basílica de San Pedro; la iglesia más grande y más visitada del mundo.
La actual Basílica se
cimienta sobre un templo que mandó a construir Constantino, en el siglo IV,
sobre los restos mortales de San Pedro. Fue hasta principios del siglo XVI
cuando el Papa Julio II decidió derribar aquella basílica para iniciar una
larga construcción que daría lugar a la actual Basílica.
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Basílica de San Pedro |
El primer arquitecto en
dirigir la magna construcción fue el pintor y arquitecto Bramante, al cual le
siguieron muchos otros arquitectos de gran prestigio, entre los cuales destacan
Rafael Sanzio y Miguel Ángel Buonarroti —que se centró principalmente en la
cúpula—, y fue terminada por Gian Lorenzo Bernini, a quien también se le debe
la proyección de la Plaza de San Pedro. Fue en el año de 1626 que la Basílica
fue consagrada por el papa Urbano VIII, aunque algunos aspectos más, como una
de las sacristías, fueron completados hasta finales del siglo XVIII.
El primer cuerpo
arquitectónico que llama la atención desde gran distancia es la enorme cúpula:
domina el paisaje romano desde grandes distancias; es un punto geográfico
imprescindible para el visitante, así como lo sería la torre Eiffel en París,
el Big Ben en Londres o la Torre Mayor en la Ciudad de México. Miguel Ángel
esbozó los planos de esta cúpula a la edad de 72, aunque desafortunadamente
falleció antes de la terminación de esta obra maestra. Su tamaño es de tales
dimensiones que, desde algunos puntos adyacentes a la Basílica, parece que es
desproporcionadamente mayor al cuerpo principal del templo.
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por Mariangel Coghlan |
Es interesante señalar
que la Basílica de San Pedro no es la catedral propia del Papa, puesto que al Papa,
como Obispo de Roma, le pertenece como sede episcopal la Basílica de San Juan de Letrán, otra de las cuatro basílicas mayores de Roma; siendo las otras dos,
además de la de San Pedro, la Basílica de San Pablo Extramuros y la Basílica de
Santa María la Mayor. Todas ellas de gran belleza arquitectónica y con una
tradición de la piedad cristiana.
Cuando uno se aproxima por
la Via della Conciliazione, la avenida que llega frontalmente a la Basílica,
las colosales proporciones de la fachada intimidad al espectador de tal manera
que su extensión —principalmente la longitudinal—hace reflexionar a uno sobre
la insignificancia de nuestro paso ante la historia, ante el arte, ante la fe. La
fachada fue proyectada por Carlo Maderno, quien sabiamente se acopló a los
requerimientos que la cúpula de Miguel Ángel requería estructural y visualmente.
La ventana central de la fachada forma parte de la logia (galería o pórtico)
desde la cual el Papa imparte su bendición urbiet orbi y desde donde el Cardenal decano anuncia al mundo el nombre del
nuevo pontífice.
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Por Mariangel Coghlan |
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Por Mariangel Coghlan |
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Por Mariangel Coghlan |
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Plaza de San Pedro |
El interior tiene la
configuración de una cruz latina, lo que significa que el brazo mayor (el que
comprende desde la fachada principal hasta el altar mayor) tiene mayor longitud
que el brazo menor o transepto. La nave central de la Basílica se separa de las
naves laterales, relativamente estrechas, por cuatro gigantescas arcadas de
cada lado. Sin olvidar la importancia religiosa de este templo, la aportación
de los interiores al mundo artístico tiene un valor estético inigualable por
ningún otro templo cristiano.
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Por Mariangel Coghlan |
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arqfdr.rialverde.com |
Uno de los ejemplos artísticos
más sobresalientes es el de la Piedad de Miguel Ángel que se encuentra, entrando
desde la Plaza de San Pedro, en la primera capilla del lado derecho. Esta
maravillosa escultura, que Miguel Ángel realizó a los 24 años de edad, que
muestra a una joven y hermosa virgen sosteniendo al cuerpo sin vida de Cristo, conmueve
intensamente al observador por su profunda expresión de amor, dolor y esperanza
de María hacia su hijo. Desafortunadamente esta Piedad está protegida por un grueso
vidrio, debido a que en 1972 un demente visitante atacó la obra con un martillo,
dañándole la cara y rompiéndole un brazo. Afortunadamente el equipo de
restauración del Vaticano pudo restaurar la obra sin dejar secuelas de este
insana agresión.
Pocos metros adelante,
siempre con grandes colas de piadosos visitantes, se encuentran el sepulcro del
querido papa Juan Pablo II. Ya más cerca al altar se halla la famosa estatua de
bronce de San Pedro, creación de Arnolfo di Cambio —siglo XIII—, cuya tradición
es que todo visitante debe besarle el pié izquierdo, por lo que a la fecha ya
se le han desdibujado los dedos de ese pie.
Uno de los volúmenes más
sobresalientes del interior es el baldaquino (templete formado por cuatro
columnas cuyo objetivo es cobijar un altar) de Bernini, el mismo artista que diseñó
la Plaza. Construido con bronce sobre el altar principal de la Basílica, arriba
de la tumba de San Pedro, esta imponente obra representativa del barroco se
caracteriza por unas hermosas columnas salomónicas (forma helicoidal).
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Por Mariangel Coghlan |
La celebración de la vigilia
pascual en la Basílica de San Pedro es una de las celebraciones litúrgicas más
ceremoniosas e inolvidables a la que uno puede asistir. Al inicio de esta
celebración, como en cualquier iglesia del mundo, se apagan todas las luces y
todos los feligreses cargan una vela, mientras que el Papa en persona enciende
el Cirio Pascual (la gran vela que simboliza la luz de Cristo) y posteriormente
recorre el pasillo central de la Basílica entre las miles de velas que se van
iluminando a su paso; al llegar al altar principal se ilumina todo el interior,
resplandeciendo de manera muy sobresaliente la ventana oval de alabastro que
corona la catedral de San Pedro en el ábside (la parte de la iglesia situada en
la cabecera, atrás del altar). El momento en que se ilumina la Basílica con los
miles de asistentes, rodeados de todo este tesoro histórico y artístico, y
precedidos por el Papa es en verdad un momento profundamente conmovedor.
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revistaecclesia |
Al terminar una visita a
la Basílica de San Pedro no hay que perderse los museos Vaticanos, es un
recorrido que sin duda ¡vale la pena! Y después lo más recomendado es darse un
paseo por las calles adyacentes al Vaticano —hay que recordar que la ciudad del
Vaticano únicamente tiene un área de 44 hectáreas—, donde te puedes sentar en algún
restaurante con mesas exteriores, rodeado de pequeños condóminos color ocre
cubiertos con enredaderas, y degustar una deliciosa pasta de spaghetti,
fetuccine o ravioli, acompañada de un inigualable vino de uva sangiovese de la
Toscana, y escuchando a la distancia los melancólicos acordes de una acordeón
tocando melodías napolitanas. ¡Toda una experiencia culinaria!
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Por Mariangel Coghlan |
Efectivamente, esta es la
iglesia más grande y visitada de la cristiandad; hay razones de peso para que
sea así. Los tesoros artísticos, históricos y de fe que guarda, no hacen mas
que acelerar el corazón del visitante que, por primera vez o por décima ocasión,
se aproxima cruzando la Plaza de San Pedro hacia el interior de este templo;
ahora sede de las celebraciones más importantes del nuevo Papa Francisco, el Papa de la caridad.
¡Hasta la próxima!
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