En esta
ciudad, simplemente conocida como Puebla —declarada patrimonio de la humanidad
por la UNESCO en 1987—, se encuentra una pequeña joya dorada que es comparable
a las riquezas más sublimes y singulares de los templos y castillos europeos:
la Capilla del Rosario, dentro de los muros del templo de Santo Domingo.
En pleno
centro histórico de Puebla, en la esquina de 5 de mayo y avenida 4 Poniente se
levanta, monumental, el templo de Santo Domingo con sus paredes exteriores de
color rojo carmesí y su extenso y limpio atrio.
El
religioso español Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), fundador de la Orden de
Predicadores, comúnmente llamados Dominicos, instituyó la norma de piedad
mariana más difundida en la Iglesia Católica: el rezo del Rosario. Es por esto
que, comúnmente, en todos los templos de esta orden se muestran claros indicios
de devoción a la Virgen del Rosario.
Los
primeros dominicos arribaron a Puebla entre 1532 ó 1533 y, sin existir
documentación que respalde la fecha exacta, el templo se acabó de construir poco
después de 1571. Al acceder a la nave principal de este templo llaman
inmediatamente la atención dos atributos: sus grandes dimensiones y el hermoso
retablo barroco que cubre el ábside (muro localizado en la cabecera de un
iglesia, atrás del altar mayor).
Caminando
en dirección hacia el altar mayor, al llegar hasta el fondo izquierdo del
templo, prudente, pequeña, impávida, como esperando ser descubierta, como en un
rincón encantado, un poco fría y un poco en penumbra, uno encuentra una de las
obras más grandiosas del barroco novohispano: la Capilla del Rosario. A Fr.
Agustín Hernández se debe su maravillosa arquitectura y fue consagrada el 16 de
abril de 1690.
La configuración de esta capilla es el de forma de cruz latina, esto es, comprende
un brazo mayor cruzado por un brazo menor (también llamado transepto). Todo el
espacio, los muros, el techo… ¡todo!, está hermosamente decorado con símbolos, alegorías,
ángeles, querubines, personajes del antiguo y nuevo testamente, santos y
santas, animales, frutas y un sinnúmero de figuras y relieves de estuco recubiertas
con láminas de oro de 24 quilates.
En las
paredes del brazo mayor se observan seis grandes cuadros (tres en cada lado) del
maestro José Rodríguez Carnero, con una marcada técnica de “claroscuro”, cuya temática
son los cinco misterios gozosos: la anunciación a María, la visitación de María
a su prima Santa Isabel, el nacimiento de Jesús, presentación del niño Jesús en
el templo, y Jesús perdido y hallado en el templo; a los cuales se agrega un
tema más (el primer cuadro entrando del lado izquierdo), la adoración de los Magos.
En la
bóveda se encuentran representadas las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza
y Caridad. Arriba del crucero (donde se atraviesan los brazos) se encuentra la cúpula,
que está coronada por el Espíritu Santo en forma de paloma y rodeada por ocho
imágenes que representan los siete dones del Espíritu Santo: Sabiduría,
Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios; además de la
imagen que representa a la Gracia Divina.
Debajo de
la cúpula, y detrás del altar, se encuentra el elemento al cual se dirige la
atención de todo el conjunto: el ciprés (cuerpo arquitectónico que se asemeja a
una pequeña capilla sin puertas) que acoge a Nuestra Señora del Rosario en su
primer nivel y, en el segundo nivel y de talla entera, a Santo Domingo; todo
este ciprés está rematado por el Arcángel San Gabriel. En las esquinas
superiores del primer nivel, como resguardando al santo del rosario, se
encuentran ocho de los santos más reconocidos de la orden dominicana: San
Vicente Ferrer, Santa Margarita de Castelo, Santa Inés de Montepulciano, Santo
Tomás de Aquino, San Pío V, Santa Catalina de Sena, Santa Rosa de Lima y San
Pedro de Verona.
Del lado
derecho del ciprés (mirando desde el brazo principal) se encuentra un cuadro
que representa la Asunción de la Virgen; del lado izquierdo, la Coronación y,
detrás del ciprés, un tercero que contiene en su parte superior a la Gloria:
Dios padre y el Espíritu Santo, rodeados de coros angelicales portando rosarios
y, en su parte inferior, a la Exaltación del Rosario que comprende a la Virgen
con el niño Jesús en brazos y a Santo Domingo invitando a dos religiosos a
repartir el Rosarios a lo fieles que comparten esta devoción. Estos tres
cuadros, al igual que las obras ya mencionadas del cuerpo principal, son de
Rodríguez Carnero.
A los lados
de los cuadros de la Asunción de la Virgen y de la Coronación se encuentran tallas
de los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, con sus respectivos
símbolos alados que los representan: un hombre (no es un ángel), un león, un
toro y una águila, respectivamente.
Antes de
partir de la Capilla, es importante dirigir la mirada hacia arriba y admirar el
balcón que compone el Coro que está rematado por Dios Padre rodeado de coros de
ángeles con instrumentos musicales.
Muchos
detalles, figuras y alegorías engalanan a la Capilla del Rosario; la mejor de las
narraciones no podría acercarse a su belleza, por eso, para hacerle justica, lo
más prudente es visitarla.
Y al salir
de esta insuperable joya del arte y la piedad, ¿por qué no aprovechar las
“joyas” culinarias poblanas? Por ejemplo, un mole, unas chalupas, un chile en
nogada, unas tortitas de Santa Clara… y una pasita (licor de uva pasa
acompañado de un trozo de queso y una pasa) que se sirve en una folklórica
cantina familiar, La Pasita, fundada en 1916, se encuentra en el tradicional
barrio de Los Sapos, en el centro histórico de Puebla.
Otras grandes
obras de interés histórico y arquitectónico, a escasas cuadras de la Capilla
del Rosario, son la Catedral de Puebla, consagrada antes que la Catedral
Metropolitana de México; la Biblioteca Palafoxiana que, fundada en 1646, fue la
primera biblioteca pública de América; y la hermosa cocina del exconvento de
Santa Rosa donde, según la tradición, unas religiosas inventaron el mole.
La belleza
de la Capilla del Rosario, sus proporciones perfectas, su narrativa iconográfica
y sus dorados reales envuelven al espectador en un espacio arquitectónico de veneración,
oración y piedad que, lo menos que uno puede concluir de esta pequeña joya, es
que fue creada por manos mexicanas muy hábiles y pacientes pero, sobre todo,
con mucha fe y amor a su vocación.
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