“El trabajo hecho con gusto y con amor, siempre es
una creación original y única” Roberto Sapriza
Soy una apasionada del interiorismo. Mi vocación es
una profesión fascinante. Disfruto enormemente todo el trabajo que conlleva
lograr un buen diseño: conocer el lugar, los espacios y a sus moradores,
comprender que esperan y lo que sueñan, trabajar en conjunto para proyectar una
casa que sea ideal; es un compromiso muy serio y una oportunidad invaluable de
poder colaborar y ayudar a las personas.
Cuando me involucro en un proyecto, sueño con todas
las posibilidades de crear espacios que sean verdaderamente asombrosos. Para
llegar a esto, se necesita que los futuros usuarios confíen en mí y en mi
equipo. Es necesario hacer un proyecto en conjunto, trabajar de la mano y
definir la distribución del mobiliario, los diseños, las dimensiones de las
cosas, modelos, materiales, colores y, sobre todo, el concepto.
Debido a que el espacio ha sido diseñado para unas
personas específicas, aún con el último mueble o accesorio colocado, y el
último color “pintado”, es hasta que la casa es entregada a los clientes que
todo el proyecto verdaderamente termina: el diseño adquiere significación plena
hasta que sus moradores toman posesión del lugar.
Un diseño de interiores, por más completo y hermoso
que parezca, sin la vivencia de sus habitantes seguirá siendo incompleto.
Organizar una entrega con montaje de toda una casa
es una tarea compleja y divertida, llena de sorpresas en el camino.
El domingo pasado iniciamos la cargada de los
camiones que saldrían, por la noche, con todas las piezas del montaje
programado para el lunes temprano, con la idea de hacer la entrega formal el
martes por la tarde.
Generalmente, un día antes de hacer un montaje la
cabeza no me para; hago listas escritas y mentales, repaso una y otra vez todos
los espacios, lo que tengo que llevar, imagino cómo lo voy a poner, cuál quiero
que sea el resultado, y cómo me gustaría sorprender a mis clientes.
El lunes, a las 8:00 a.m., ya voy en camino al
aeropuerto junto con Sandra y Ceci—dos diseñadoras excelentes de mi equipo—. Nervios
naturales por el tráfico y por llegar puntuales. De camino repaso el itinerario
de todo lo que hay que hacer.
A las 9:20 a.m. llegamos al aeropuerto —la cita era
9:15—. Pasamos a la sala de espera y nos indican que el avión no tardará en
llegar. Nos relajamos, tomamos una fruta y esperamos; pasa el tiempo y sospecho
que algo raro ocurre, pregunto y efectivamente, ¡estábamos en otra sala! Amablemente
nos indican cómo llegar a la correcta. Llegamos a las 9:50, solamente 35
minutos tarde… vergonzoso, que despiste. Sin embargo, nos comunican que otro
pasajero volaría con nosotros, y venía más retrasado.
Tenemos que reajustar los tiempos: cada segundo
cuenta. Desde el teléfono, coordino que empiecen a trabajar las personas que
llegaron a la casa desde la madrugada y comienzo a dar instrucciones.
10:35 a.m. Por fin despegamos y ya traemos unas
hora y media de retraso, pero tenemos un vuelo placentero con una agradable
compañía y una plática muy interesante y enriquecedora.
Finalmente, a medio día, ya estamos en la casa con
todas las ganas de hacer bien la “chamba”. Al entrar, nos llevamos una gran
sorpresa: en teoría la casa ya estaba terminada, perfectamente limpia y lista
para hacer el montaje, pero las cosas no estaban como esperábamos. No es la primera
vez que nos pasa y sabemos lo que implica.
12:15 p.m. Una vez superado el “shock”, y ya en
acción, me doy cuenta que no hay una sola lámpara o foco instalado: sólo hay
hoyos y no encuentro a ningún eléctrico, por lo que empiezo a visualizar que no
podremos trabajar hasta muy tarde, pues sin luz sería prácticamente imposible
seguir.
4:35 p.m. Empezamos a ver espacios armados y con
buena pinta. Este es un momento conmovedor pues es cuando se comienzan a
materializar los diseños y las creaciones en realidades tangibles; es
verdaderamente emocionante, a tal grado que dan las 5:30 y me percato que no
hemos comido nada y, por si no fuera suficiente, hace un calor penetrante.
7:30 p.m. Empieza a bajar el sol y nos falta
bastante; no llevamos ni la mitad de los espacios. Intento acelerar al equipo
para poder cumplir aunque sea con la tercera parte de lo programado para el
día. Me planteo acabar hasta que nos quedemos sin luz natural.
9:30 p.m. Salimos de la casa rumbo al hotel, pero antes
paso a una tienda por varias cosas que nos hacen falta.
11:25 p.m. Llegamos al hotel sin cenar, agotadas
pero felices por cómo va quedando todo. Aún así, decidimos llegar al día
siguiente temprano a la casa.
12:35 a.m. Después de contestar varios correos,
hacer la lista de los pendientes del día siguiente y de un buen regaderazo, me
acuesto. Evidentemente, no puedo dejar de pensar en cada espacio, en los
colores, los materiales, la distribución… seguramente soñé con la casa.
El martes, a las 7:30 a.m, salimos del hotel, decido no desayunar para
ahorrar tiempo y poder regresar a México ese mismo día; mala decisión, pues a
pesar de haber comenzado temprano, al llegar vemos que lo que ya habíamos
dejado listo el día anterior, una vez más estaba desordenado y mal acomodado
pues seguimos con personal de albañilería y técnicos que nos complican nuestra
labor.
6:00 p.m. Tomo la decisión de quedarnos un día más
para poder terminar bien el montaje. La
idea es regresar al siguiente día temprano.
8:30 p.m. Se empieza a vislumbrar el resultado y la
creatividad se estimula, se me siguen ocurriendo ideas para que las cosas
queden mejor; esto supone más tiempo.
10:30 p.m. Llegamos cansadas y hambrientas al hotel
pensando en lo que cenaríamos. Lo divertido es que al llegar nos dicen que no
hay habitación —no estaba previsto que nos quedaríamos esa noche—. Amablemente
nos reservan en otro; llegamos y ¡ ya no había servicio de restaurante!
7:30 a.m. El miércoles comenzamos muy bien el día:
desayunamos bien, vamos nuevamente al vivero a comprar más plantas y flores, y diseñamos
un jardín para las niñas en su terraza —me urge verlo terminado—.
10:30 a.m. Ya va adquiriendo forma el concepto
original, pero siguen faltando muros por pintar, lámparas que instalar y dar
los últimos detalles a cada espacio.
11:00 a.m. No me puedo ir sin dejar las cosas terminadas
y detalladas. Trabajamos con la máxima intensidad para poder hacer un recorrido
con todo listo con los dueños de la casa.
1:00 p.m. Lo más emocionante de todo el esfuerzo y
el desgaste para que queden bien las cosas, es ver la cara de emoción de los
futuros usuarios al recorrer su casa ya lista para ser habitada. Por mucho, es
la mejor parte del trabajo.
Es por esto que adoro lo que hago, es la mejor
recompensa que puede haber: descubrir esa mirada cómplice entre una pareja
enamorada, que tiene toda la ilusión de vivir y disfrutar cada espacio en
compañía de su familia, que saben que en este lugar vivirán momentos
entrañables y felices, que se emocionan al ver que sus sueños se han hecho
realidad.
2:45 p.m. Es un enorme placer comprobar que el
trabajo que he realizado ha valido la pena, lo que no sería posible sin el
maravilloso equipo de personas que me apoyan incondicionalmente, a pesar de las
pocas comidas y largas jornadas laborales…
4:30 p.m. Ya en el avión, tengo la fortuna de volar
en la cabina. Aunque había planeado escribir esta reseña durante el vuelo de
regreso, las constantes turbulencias me lo han impedido y lo que me queda es disfrutar
de unas vistas privilegiadas.
A las 2:15 de la madrugada del jueves, con la satisfacción de haber
cumplido y el corazón alegre por haberlo logrado, me dispongo irme a la cama.
Me viene a la mente una frase de la Madre Teresa de Calcuta: “No puedo parar de
trabajar. Tendré toda la eternidad para descansar.” Definitivamente, ¡vale la
pena!
Hasta la próxima,
Ay Mariangel, qué relato tan emotivo y emocionante!!!! Muchas gracias por compartirlo... Siempre vemos en los programas lo que sucede cuando los dueños encuentran su casa transformada, pero poco se cuenta sobre cómo el diseñador vive el proceso... hermoso!
ResponderEliminarFeliz fin de semana!